Como en los ciclos de la naturaleza, fértiles, vigorosos, determinados, se reeditará este año en Rio de Janeiro esa fiesta inigualable que, durante cuatro días, transforma la ciudad en el templo de lo deseado, en la fastuosidad del color, del sonido y el movimiento. En la efímera permisibilidad de lo vedado que seguirá con trancas y cadenas con el despertar del Miércoles de Cenizas, en la magia de la felicidad que aparece sin tiempos aunque se sepa que "todo va acabar a quarta feira".
Carnaval: manifestación de una tradición y una cultura, fenómeno de múltiples facetas, derroche de energía y también de dinero que fluye de los bolsillos de turistas de todo el mundo y de propios nacionales que se derrama en su frenesí, en su irrechazable propuesta, en su irresistible belleza, en su contagiosa alegría.
Rio de Janeiro: el punto más alto del carnaval brasileño que no logran igualar, aunque lo pretenden en permanente puja, los dos millones de bahianos que en la bella San Salvador, festejan en sus calles encolumnados detrás de enormes camiones de sonido que con potencia inusitada y estridente, propalan la música de los blocos afro, afoxé, cordes, escolas y tríos eléctricos, ni los folies de Pernambuco que en su capital, Recife, con sus celebraciones de antigua tradición como el bumba meu boi y el célebre maracatú, entre las más difundidas, derraman en sus calles sus incondicionales, fervorosos y entusiastas adeptos como los que reúne el bloco Galo da Madrugada que, según el Guinness Records, es el bloco carnavalesco más grande del mundo.
Pero ni ese bullicioso estruendo del multitudinario carnaval Bahiano, ni la pintoresca y tradicional y no menos estruendosa celebración en Recife, ni las incontables explosiones carnavalescas a lo largo y a lo ancho del territorio brasilero, no exentas de grandiosidad, originalidad y creación en marcos de oropel y fastuosidad, alcanzan la inmensurable dimensión del carnaval carioca, fecundo en sus polifacéticas expresiones, sorprendente, magnificente.
"Bon carnaval" es el saludo que se escucha el día viernes en la ciudad en vísperas de la fiesta entre aquellos que se despiden en un negocio, en un bar o simplemente entre amigos, saludo tan sacramental como el de Feliz Navidad o Feliz Año Nuevo. Porque a partir de las primeras horas del sábado y por cuatro días la ciudad de Rio de Janeiro paraliza su actividad habitual y sus habitantes saben que, como un ritual, ese tiempo que transcurre es el del carnaval, se vuelquen o no al estruendo y al movimiento.
Efervescencia del corazón, exaltación del espíritu, exacerbación de los sentidos que explosionan con fuerza incontenible sin distinción de edades, estatus social o económico, apariencias o condiciones. Pasión incontenible de un pueblo que se cohesiona encolumnado y contenido por este fenómeno sin igual que, aunque de vida efímera, a muchos les alienta la existencia, perpetuándose en la espera anhelada y premonitoria de felicidad de su nuevo florecer en el próximo año, recomenzando el ciclo con la misma esperanza, la misma disfrutada espera, el mismo inacabable goce. Fiesta de liberación, de encuentro con la escondida u ocultada intimidad, de verdad y ficción entrecruzadas y a veces confundidas.
Celebración de facetas múltiples y manifestaciones diversas con un denominador común: el del color y el ritmo, el baile y la ornamenta, la energía contagiosa de la alegría de vivir. Desde el colosal desfile de las escolas de samba Grupo A, que se realiza en una especie de estadio alargado que denominan sambódromo, construido en un tramo de 800 metros sobre la Avenida Marques de Sapucaí, a escasas cuadras del centro comercial y financiero de la ciudad, para muchos la manifestación más alta del carnaval de Río de Janeiro, fastuoso, millonario, grandioso, hasta los más modestos desfiles barriales de los cuales ha recobrado su antiguo esplendo.
Nombres jocosos
Blocos que a cientos se organizan en toda la ciudad con sus lugares fijos de reunión e itinerario de desfile, con nombres jocosos como el de "Cachorro Cansado" en el barrio de Flamenco, o emblemáticos como el de "Banda de Ipanema", declarado Patrimonio Cultural Carioca por la Prefectura (Municipalidad) de Rio de Janeiro, que con su punto de reunión en la Plaza Osorio en Ipanema el sábado y el martes, parte desde allí para recorrer la orla marítima en la caída del atardecer, amalgamando el frenesí que crean los sones de la banda que desgrana tradicionales sambas y marchinhas con el deleite sin igual de la imagen del sol atardeciendo en lento y lejano ocultamiento, perdiéndose en las sinuosidades de los morros Dos Hermanos en una sinfonía de mar y arena, montaña y luz.
Blocos históricos, como el bloco "Cordo do Bola Preta" que desfila una sola vez al mediodía del sábado en la avenida Rio Branco, en el centro de la ciudad, el más tradicional, antiguo e importante bloco que en el último carnaval convocó la más grande multitud que conoce su historia desde su creación en el año l9l8, que se derramó por Rio Branco, desde la Presidente Vargas, frente a la Iglesia de la Candelaria y hasta la explanada ubicada frente al teatro Municipal, en Cinelandia, al son de su himno "Segura a chupeta".
"Simpatía é quase amor", "Bloco de segunda", "Cordo de Boita" y hasta algunos de irreverente denominación, no son más que la punta de un iceberg debajo de la cual vive efervescente la esencia popular de una de las manifestaciones del carnaval brasilero ajena a lo for export: sus blocos. Esencia del carnaval que también anida en sus bailes que, incontables, se multiplican en la noche ciudadana carioca aunque muchos, de belleza y diversión sin par y que fueran íconos de tiempos modernos, ya no existan como los del club Monte Líbano o los del Sirio Libanés y otros no sean tan populares por el costo de su ingreso, como los del hotel Copacabana Palace que se realiza el sábado en el que para acceder a su salón preferencial Golden Room, deberá disponerse sumas en dólares que rondan las cuatro cifras. Baile de la Ciudad, de Bermello y Preto en el teatro Scala, del Yacht Club, de Bola Preta, y de cientos más integran esta otra faceta del carnaval carioca.
Héctor Fernando Clavere