El jueves próximo, la Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario, bajo la batuta del maestro David del Pino Klinge, interpretará en El Círculo, en estreno mundial, "Sembrando un corazón", del compositor rosarino Caio Viale. Se trata de un poema sinfónico cuya armonía dialoga con una decena de ritmos folclóricos argentinos, y si bien este dato (los ritmos criollos asociados con la tradición armónica europea de los tres últimos siglos) no son novedad sino una nota común y distintiva en el recorrido de Viale, esta vez el compositor abriga otro sueño: concibió su nueva partitura como un ballet y sueña con que la misma, alguna vez, se baile. Hacía varios años que la Sinfónica rosarina no estrenaba una obra suya; la última fue Tres ofrendas argentinas, su único concierto para piano y orquesta, interpretado por la pianista Ana María Cué y dirección de Juan Rodríguez.
Prolífico y siempre poniendo en evidencia un manifiesto compromiso sociopolítico con su época, Viale compuso en los últimos treinta años una vasta obra coral, para cuerdas y para orquesta sinfónica, a la vez que sostuvo su trabajo como cantautor, con cinco discos solistas publicados. En este diálogo con Escenario, conversó sobre el sentido del inminente estreno y el marco en el que inscribe su trabajo. Además, se animó con consejos a los jóvenes compositores: "Deben involucrarse, jugarse y, a través de la composición, expresar una idea que puedan sostener con su propia vida".
—Esta semana la Sinfónica Provincial de Rosario vuelve a tocar una partitura tuya, Sembrando un corazón ¿Qué podés decir de la obra? ¿Cómo se relaciona con el resto de tu producción?
—Sembrando un corazón se presenta como un poema sinfónico, es decir como un solo movimiento de tanta cantidad de minutos, pero en realidad a mí me surge como un ballet sinfónico criollo. Pretendo que alguna vez se baile. Hay muchos géneros rítmicos que aparecen ahí y entonces puede que se piense como un collage, pero no los hubiese incluido si únicamente hubiera querido hacer una obra sinfónica que narre tal cosa. Esto tiene otra intención: ser bailable. En Sembrando un corazón está presente el inmigrante visto desde un tipo como yo, que si bien ya tiene abuelos o bisabuelos que han venido de afuera, a la vez tiene raíces firmes en estos lugares, raíces que son amores. De modo que sembrar un corazón, a diferencia de lo que se puede decir habitualmente sobre qué es lo que nos trajeron los inmigrantes, sobre todo europeos, intenta decir qué produjo esa siembra que ellos pretendían hacer aquí cuando esta tierra los recogió, cuando estos verdaderos dueños de la tierra los aceptaron, los recibieron, y los enriquecieron en muchos casos. En la obra hay también un cierto dolor, cierta queja, y hay una cierta reivindicación y agradecimiento. Creo que está todo eso.
—Pareciera siempre haber temas recurrentes en todas tus composiciones, precisamente estos de los que estás hablando ?
—Sí, y hay fechas. Desde mi estada en el exilio, en España, volví a determinados géneros rítmicos que tienen que ver con nuestra identidad. Eso surge por una necesidad de decir quién soy y de dónde vengo sin tener que mostrar el documento de identidad. Surge en unas condiciones especiales y en un lugar lejano. Estoy hablando desde el punto de vista artístico. Entonces pude volver a lo que había hecho en mi infancia inmediatamente después de aprender música escolástica o clásica, que tiene que ver con lo que llamamos música folclórica. Había pasado por un espectro estilístico muy amplio cuando llegué a España y sin embargo nunca perdí este cordón con la música de raigambre criolla, así me gusta llamarla. Eso mismo que compongo en mis canciones se da en las obras sinfónicas. Naturalmente he tenido que aprender y conocer ciertos aspectos del manejo de la sonoridad de una obra. He tenido que recurrir a los orígenes de la música europea sinfónica y a partir de ahí hacer este vuelo personal, propio de la época que nos toca vivir.
—¿Y qué referencias tenías en al intentar ese "vuelo personal"?
—Ocurrió ahí otra cosa curiosa para mí. Descubrí influencias inconscientes, o coincidencias, por ejemplo con Ginastera. Evidentemente hay una sonoridad ahí que se asemeja. Sin duda que don Alberto ha intentado por el mismo lado, con la diferencia, además de la época, de que yo soy guitarrista criollo y él fue pianista criollo. l se debe haber sentido iniciador de un camino muy poco explorado hasta ese momento. Yo no me lo propuse, simplemente necesitaba expresarme de manera artística, musical, con las circunstancias que me tocaba vivir.
—¿Qué define a un músico popular? ¿Te considerás dentro de esa categoría? ¿Son válidas esas certificaciones?
—Podría decir que soy un músico que ha bebido más, y se ve en la producción, de lo popular. Esto no implica que lo sea. Si hay una condición del músico popular es ese contacto que se tiene con un sector mayoritario del pueblo, que acepta esa información que le da el músico y la toma como suya. Yo creo que no es mi caso. No sé qué pasará en el futuro, pero ya tengo unos años y me doy cuenta que no es así. Te confieso que en un momento de mi trayecto sentí cierta frustración. Creo que ya a esta altura no, porque he asumido que tengo que seguir.
—"Tengo que seguir" suena también a un trabajo o un esfuerzo cotidiano, ¿qué le podrías decir a los jóvenes compositores?
—Las herramientas técnicas las tiene que tener. Creo firmemente (he sido educador treinta y un años) en sembrar en ese músico futuro criterios de selección, posibilidades de decir esto sí y esto no. Y esto no sólo pasa siempre por aspectos técnicos: está el filosófico, político y humano sobre todo. Diría que no solamente tiene que estudiar y leer música, sino involucrarse, jugarse y, a través de la composición, expresar una idea que pueda sostener con su propia vida. Por ahí va la cosa. Y no desanimarse. No siempre te encargan una obra, siempre hay que ofrecer: cada vez que hubo un director estable nuevo en nuestra orquesta sinfónica he llegado, ahora ya con mi barba cana, con mis obras bajo el brazo ? Le suelo decir a los alumnos: un pintor se permite en expresar en la tela y ahí está terminada la obra; en la música la obra va a estar terminada cuando la escuche el espectador y decida qué hacer con ella: si aceptarla, si movilizarse, si sensibilizarse o no.