Sofía se encuentra incómoda, se levanta de la cama y observa el crucifijo que sus padres le obsequiaron, como un pasaporte seguro hacia lo divino. Un tesoro encriptado que la rodea y asfixia. Sus padres la obligan a profesar un culto con riguroso cuidado: el disciplinamiento de su cuerpo. Bajo esos imperativos transcurrió su infancia obturada. Se mira al espejo y se desdice. ¿Qué observa en ese espejo?
Sabe que debe ir a su nueva escuela, religiosa claro. El primer día de clases siempre sabe raro pero esta vez es diferente. Se encuentra con sus nuevos compañeros y compañeras del colegio. Un nuevo ciclo comenzaba a trazar un nuevo camino. Tenía la esperanza de que la ayudarían a ocupar su cuerpo, sus manos, su cabello, habitarlo libremente, fiel a ese sentimiento que anidaba cuando intentaba a escondidas ser ella misma, sin reparos.
En el patio externo de la escuela se encuentran los alumnos y alumnas formados. Nerviosos por el nuevo día, con la ansiedad y urgencia que ese momento de la vida exige. Entre el bullicio podía sentir el sonido del aire, fresco pero reconfortante. Observa el cielo celeste y se siente libre. El himno inmortaliza ese recuerdo.
De a poco Sofía se presenta y conoce a sus compañeros y compañeras pero percibe que sus miradas se entrecruzan y prefieren no encontrarlas. Sigue adelante. El primer año, a los 13, suele ser difícil para todos, piensa. Pero, el paso del tiempo la forzó a ocupar un lugar no deseado. Sus sueños fueron de a poco invadidos por una tristeza profunda. Los comentarios negativos hacia su persona, rompían de manera abrupta la ilusión de verse aceptada y respetada. Durante tres largos e intensos años Sofía continuó sufriendo todo tipo de vejaciones por parte de muchos de compañeros, profesores y de los "clérigos" como ella prefiere llamarles.
Una de sus experiencias más demoledoras sucedió cuando una persona que formaba parte del equipo docente la mira y llama por otro nombre: "Joaquín, vení". En ese momento, Sofía sintió una asfixiante dilación de su identidad. Retrocedió hacia su infancia. Recordó a su familia vestirla de un azul intenso, y unas zapatillas negras, obligada a parase estoica ante la celebración dominical y ante el sentimiento recurrente de pertenecer a un cuerpo ajeno. Decidió no responder, no exponerse ante semejante acto de cobardía y perversión. Aturdida y estaqueada toma asiento. Sorpresivamente, desde el otro extremo del salón una voz fuerte y segura, dirigida al profesor, le retruca: "Su nombre es Sofía, profesor". Ante la mirada absorta de todos los alumnos y alumnas el profesor esboza una sonrisa cínica acompañada de una mirada despreciativa. Ese momento, vital para Sofía, le devolvió la fuerza.
Un nuevo horizonte
En la actualidad, Sofía está por finalizar sus estudios secundarios en el mismo colegio que fue discriminada en forma sistemática. Sus compañeros y compañeras la aceptan y contienen mucho. Forma parte del centro de estudiantes de la escuela. Es delegada del área de diversidad sexual, orienta y ayuda a muchos compañeros y compañeras que se encuentran en su misma situación. De hecho, insiste en que son grandes amigos y que se siente orgullosa de estar en ese lugar. Entiende que sus compañeros colaboraron en su transformación interna.
Pero otro claro factor que influyó notablemente fue el cuerpo normativo sancionado al calor de un gobierno que entendió la cruda realidad del desamparo legal. La ley 26.877 de representación estudiantil y la ley 26.743 de identidad de género produjeron un cambio de paradigma. Sofía manifiesta con una sonrisa dulce y voz tranquila: "Gracias a estas leyes yo afronté y peleé por mis derechos y por lo que quiero".
Pese a que Sofía goza de la exquisitez de saberse íntegra, su familia no acepta su elección porque tienen la firme convicción de que "quien nace hombre en esta tierra divina, muere hombre"; y sin importar qué siente su hija, ni dimensionar el nivel de daño que le producen, rechazan todo tipo de manifestación contraria con la que biológicamente nació. Esto se presenta en su vida como una herida que no puede ser cauterizada.
El proceso que implica tramitar su documento de identidad sigue sometiéndola a un trato deshumanizado por parte de su familia y si bien los impedimentos parecen interminables Sofía no da un paso atrás. No sólo no ofrece ni un gesto de rencor hacia sus padres sino que tiene la grandeza de reconocer que piensan diferente y eso no quita el amor que siente por ellos.
¿Qué aprendiste en este tiempo? Se sonroja ante la pregunta y responde: "Aprendí en esta vida que puedo seguir adelante, que la gente tiene corazón para aceptar, para respetar, para ser buenas personas, como lo fueron mis compañeros, ahora mis amigos y amigas".