Un promotor de espectáculos alquiló un estadio y comprobó que "los muchachos" forman parte de un negocio tan informal como permitido por la clase dirigente
Por Sergio Faletto
Un promotor de espectáculos alquiló un estadio y comprobó que "los muchachos" forman parte de un negocio tan informal como permitido por la clase dirigente
Un promotor de espectáculos organizaba una gira de una destacada banda nacional y entre los lugares predilectos estaba un importante estadio porteño. Se contactó con un alto directivo de ese club para concretar el alquiler del estadio, gestión que demandó algunas reuniones. Cuando la negociación encontró un punto de acuerdo, el dirigente concluyó con una aclaración: "Bueno, ahora tenés que hablar con los muchachos, si querés eh, eso depende de vos, porque ahí nosotros como institución ya no tenemos nada que ver y no podemos hacer nada".
Cuando salió de la oficina se encontró con uno de los "muchachos", quien con un manojo de llaves en la mano le dio a entender que eran las que abrían y cerraban el estadio. Conocedor de estos requisitos formalizados por usos y costumbres e institucionalizados por acción u omisión, el empresario artístico consideró como una enorme buena predisposición de su parte adelantar que no tenía problemas en recibir un listado con los nombres para permitirles el ingreso por uno de los accesos. Pero no. La respuesta que recibió lo ubicó en tiempo y espacio. Palabras más, palabras menos, el representante de la corporación del tablón le dijo: "No, lo del molinete libre no está en discusión, eso es un hecho y lo manejamos nosotros, y olvidate de la lista, acá lo que necesitamos son 1.500 entradas físicas. ¿Entendés?"
Como todo promotor de espectáculos hizo rápido el cálculo y lo que entendió es que el presupuesto original había sufrido un importante error de cálculo. Y sí, el fútbol es un negocio tan imprevisible como informal que a veces presenta otros costos.
Este episodio ocurrió previo a los recitales de los Guns N' Roses en el Gigante y en el Monumental, que también tuvieron efectos colaterales por los costos imperativos del estacionamiento en la vía pública impuestos por los cuidacoches de "los muchachos" de cada club.
Y días después, sentado en la mesa de Mirtha Legrand, el presidente de River Plate, Rodolfo D'Onofrio, negó cualquier vinculación con la barra brava de su institución, ofreciendo argumentos para todo y todos, pero dejó una frase que reflejó una casual coincidencia: "Nosotros somos responsables de lo que pasa dentro del Monumental, no en los alrededores, ahí ya nosotros no podemos hacer nada. Es responsabilidad del Estado".
El fútbol, los negocios, la violencia, la política, la connivencia, la vergüenza, la obscenidad, son algunos de los condimentos de una saga sin fin, que fortalece la convicción de los escépticos que sostienen, cada día con mayor fundamento, que "este país no tiene arreglo porque los problemas culturales son los más difíciles de solucionar, y no hay decisión para hacerlo".
Es que hasta resulta ridículo observar a los representantes políticos de diferentes tendencias moldear sus críticas o defensas según de que lado del mostrador están, sean oficialistas u opositores en la ciudad en la que suceda el bochorno. Pero como las barras bravas habitan a lo largo y ancho del país, las contradicciones quedan expuestas en la superficie. Si hasta un funcionario no hace mucho con una sinceridad brutal admitió públicamente que no podían encontrar una solución a este problema. Claro, después de eso continuó en el cargo con la impericia manifiesta.
La historia encontrará puntos de convergencia entre el fútbol, la política y el sindicalismo, ya que ahí abrevaban estas fuerzas de choque y eran funcionales a los intereses contratantes. Pero con el transcurrir del tiempo encontraron suelo fértil en la complicidad de la informalidad organizada para diversificar sus negociados, siempre con la violencia como base de sustentación para obtener grandes réditos a través del miedo.
Sin dudas que después de más de tres décadas de la joven democracia argentina la clase política y judicial en su conjunto lejos de resolver el problema de las barras bravas, lo fue naturalizando por ineptitud, complicidad, ignorancia o miedo. Y quizás esta última sea la única causa admisible. Pero si el Estado en su conjunto teme y no es capaz de terminar con los barrabravas, el último que apague la luz y además se lleve la pelota.