“La población argentina que vivía en el campo hacia 1920 se equiparaba con la establecida en las ciudades. Ese fenómeno, recién en los años 50 se da en otros países. Luego, en 2001, sólo el 10 por ciento de los pobladores habitaba en zonas rurales”, explica María Cristina Plencovich, profesora del área educación agropecuaria de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA), que participó en Rosario del Séptimo Seminario Extracurricular sobre Educación Rural, organizado por la agrupación Mate Cocido, de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). “En el país —agrega— se gestó una percepción negativa de lo rural, y desde la misma educación se impulsaba a vivir en la ciudad, se consideraba que eso representaba una realización plena para las personas. En ese proceso, como se refleja en la obra de Florencio Sánchez «M’ hijo el dotor», el chacarero no quería que su hijo trabajara en el campo”.
“La educación agropecuaria es una modalidad que se ubica en la interfaz entre dos sistemas complejos: el socioproductivo de base agrícola y el socioeconómico y cultural. La relación entre la agricultura y la educación es muy antigua, se remonta al Iluminismo español, con las figuras de Campomanes y Jovellanos, quienes fueron los antecesores del pensamiento educativo agropecuario de Manuel Belgrano”, señala.
La profesora María Cristina Plencovich, quien además es coordinadora de la maestría en educación agropecuaria, recuerda algunos hechos históricos que influyeron en darle una fisonomía propia a la educación rural y que hablan de la pelea por revertir el descrédito por el trabajo y la vida en el campo, como ordenanzas de la época de la colonia donde se definía al trabajo en el sector rural como un oficio “bajo”.
Riesgos. Por otra parte, y sobre la aparición de empresas privadas que financian y gestionan emprendimientos educativos, Plencovich admite riesgos; y recuerda también que el sistema educativo no escapó a la crisis a partir de la década de 1990: “Hoy, los cultivos extensivos no absorben mano de obra y el éxodo de la población rural genera los bolsones de pobreza en las periferias urbanas”.
Además repasa que “no existe otra modalidad educativa que tenga mayor relación con el desarrollo sostenible y la inclusión social que la educación agropecuaria, porque es un factor decisivo de un desarrollo social, ambiental y económico con inclusión social”. Dice que esta enseñanza fortalece los valores del medio rural, contribuye a la seguridad alimentaria, atiende a la formación técnica y profesional para el medio rural, genera nuevos conocimientos a través de la investigación en ciencia y tecnología agropecuarias y afinca la población rural a sus territorios, al brindar herramientas para la agricultura familiar, para la mejora de las tecnologías productivas y para el agregado de valor en origen.
“La educación rural en la Argentina está a la deriva del sistema. Es una paradoja: estamos en una nación de desarrollo agrícola y el campo es el motor de la economía, nos guste o no, pero hay hasta un desprecio a la educación rural y agropecuaria en el país”, sostiene Plencovich.
Currícula. Por su lado, desde la agrupación Mate Cocido —organizadores del encuentro— demandan “que se incluya la problemática de la enseñanza rural en los planes de estudio de la carrera de educación de la Facultad Humanidades”.
“No se forma para trabajar ese territorio y creemos fundamental tener herramientas para establecer lazos con las Escuelas de la Familia Agrícola (EFAs)”, señalan los estudiantes reunidos en esta agrupación y también destacan la necesidad de “recuperar la palabra y revalorizar la propia cultura a partir de la reconstrucción de los relatos, mitos y leyenda populares y de la historia de la región”.