El "Sí, se puede" al unísono —pero no del todo unificado—, que tuvo lugar en el último acto en conmemoración al Día la Bandera en la ciudad de Rosario,representa una de las arengas más (des) politizadas de los últimos años de la historia local-reciente. Varias son las razones para afirmar lo anterior. Una prueba bastante contundente para sostener aquello quedó plasmada en los modos de malversación del significante infancias: incluida usualmente en la retórica nacional pero ignorada en las prácticas reales al momento de respetarlos como sujetos de constitución política.
Pero si algo quedó bien a la vista (jugando de locales ante todo un país espectador) fue que muchos de aquellos dispositivos pedagógico-institucionales históricamente progresistas, provenientes de los espacios político-culturales y educativos locales, caen al vacío cuando no permiten identificar y denunciar, de manera rotunda y sin vacilar, maniobras de manipulación política ante la infancia. En este punto, ya ni siquiera decimos —seríamos injustos de hacerlo— desactivarlos en vivo y en directo; no esperamos tanto en un contexto protocolar que constriñe las participaciones pero sobre todas las cosas en donde se vallan a las personas, a las palabras y a escasos metros en donde tuvo lugar el Congreso de la Lengua para grandes y para niños. Pero al menos, que no pasaran desapercibidos; es decir, reconocerlos para saber cómo operan y luego sí exigir que puedan ser objeto de cuestionamiento político.
El silencio inmediato posterior al acto por parte de los actores políticos del oficialismo vernáculo, fundamentalmente vinculados con el mundo de la educación y de la cultura, en relación a la "Arenguitis aguda" presidencial (ya sea con el fin de no tener que dar explicaciones o al menos desear diferenciarse), fue casi tan penetrante o quizás hasta peor que aquella manipulación ejercida en vivo.
Tiempos educativos, éticos y estéticos con definiciones no del todo claras sobre qué se visibiliza pero sin lugar a dudas sumamente francas en relación a qué tipo de conocimientos se excluyen y a quiénes dejan afuera. Otra prueba de aquello consistió en privilegiar una versión del "Salve" la cual supo menos de violines provenientes de nuestras orquestas sociales-educativas (perdiendo así una valiosísima oportunidad de visibilidad institucional) y más de una concepción del arte y de la música como bien de consumo y no como un bien cultural. Indefiniciones también políticas e históricas, pero que convergen todas en el avance sobre el lugar simbólico asignado a los niños y las niñas en este nuevo orden social. Así entonces resurgiría un interés especulativo hacia una infancia sitiada y en el centro de nuevas operaciones epistemológicas y políticas.
Nuevo cuadro semiótico
Si aplicar un ajuste era algo ya más o menos sabido por todos que sucedería, también por todos se tenía una suerte de consenso en relación al status de dignidad colectiva que toda sociedad debe llevar y garantizar para las infancias en la modernidad. En oposición a lo anterior, fuimos testigos de un extraño enroque para "dar juramento prestado" a una representación política de turno, en vez de consolidar la infancia como un espacio y ad venir libre de manipulación. Sin embargo, no es la primera vez que sucede: pocos días atrás, cuando la gobernadora de Buenos Aires hablaba en un Club sosteniendo aquello de que "nos hicieron creer que podíamos vivir calefaccionados", allí, en ese contexto, junto a la plana mayor, aparecían mostrándose acompañados por niños y niñas provenientes de sectores populares y con banderas deportivas locales. Un nuevo cuadro semiótico, una nueva liturgia pedagógica interesante, que busca la afirmación y consentimiento tácito de futuras generaciones para garantizar y transmitir la idea de un nuevo comienzo.
Una retórica basada en la supuesta esperanza que conllevaría la idea de estar presentes ante un nuevo retoño o la idea de un viaje nuevo en el cual, como Colón, tendríamos que poder confiar. Sin embargo, son precisamente los niños, mujeres y ancianos quienes, en estos sistemas neoliberales y neoconservadores, suelen quedar en el blanco perfecto de los brutales ajustes por estas travesías.
Siguiendo a Bauman (2010), mejor que raíces, que siempre corren el riesgo de pudrirse, sería conveniente pensarnos en formas de anclas para, llegado el momento, tener el coraje de elevarlas —y elevarse— y así buscar otros mares más calmos (o pacificar los nuestros) para que ningún navegante encantandor nos vuelva hacer creer que, si no se siguen aquellas coordenadas trazadas, habría monstruos marinos y serpientes gigantes esperándonos para devorarnos.
"Sí, se puede" representaría entonces lo contrario al "Se puede Si". Es decir, oculta o manifiesta la ausencia de una conciencia colectiva y orgánica politizada. Podríamos repetirlo reiteradas veces pero su mera sonoridad lingüística a priori no conllevaría ningún valor performativo. Si aquello que buscamos intentar es dar fundamento social, político, epistemológico, cultural, ciudadano e histórico al momento de actuar, recrear, enseñar, aprender, representar, pensar, cantar, amar, dibujar, soñar (nos), deberíamos invertir la lógica anteriormente expuesta: "Se puede si", en vez de "Sí, se puede".
Se puede si...
Se puede si hay un proyecto colectivo, ciudadano inclusivo; se puede si nuestros hijos, hermanos y hermanas pueden comer y están amparados del frío y de la lluvia en invierno; se puede si nuestras escuelas tienen vidrios, agua, cloacas, puertas abiertas, jardines y formas de buen trato a nuestras maestras, mujeres en su gran mayoría, en oposición al resurgimiento de políticas disciplinadoras al colectivo docente; se puede si no nos quedamos callados, si la vida está antes que el dinero; se puede si nos articula el deseo de cambiar y transformar y no su mera escenificación o simulacro. Se puede si discutimos las matrices estructurales de la corrupción como la forma de hacer política. Se puede si nuestros ancianos y ancianas tienen remedios, alimentos y dignidad en el último tramo de su existencia; se puede si el otro fuera concebido, parafraseando al gran Atahualpa, como un posible "yo con otro cuero". Mientras tanto, si nada de eso está presente, no se puede nada. Y hay que gritarlo a los cuatro vientos, sin demora alguna, y aún con el riesgo de quedarnos mudos, pero jamás, enmudecidos.