—¿Hay mucha droga?
—¿Hay mucha droga?
—Sí, lamentablemente mucha, como en toda la sociedad.
—¿Paco?
—No, paco no y otra gente que trabaja en el tema me dice que casi no se ve en Rosario.
—¿Y por qué? ¿Hay razones políticas?
—Mmmmm. Pensalo...
Hay que procesar despacito lo que dice Federico Chingui Salmerón, tucumano, 29 años, sacerdote salesiano, con diploma en prevención de adicciones y trabajador en el barrio Ludueña de Rosario.
Hay que procesar despacito porque este joven inquieto, de mirada transparente, sonrisa constante y hablar pausado conoce miserias, inequidades y desgracias, alegrías y tristezas que vive una parte de la población de Ludueña, la otra cara de una ciudad y de un país, la cara que nadie quiere ver.
Dirá que muchos pibes con los que él trata desconocen lo que significa la palabra resiliencia —la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas—, pero que son expertos en la materia: aprenden a enfrentar la vida y salir fortalecidos aun cuando la muerte los acompaña desde que nacieron.
Salmerón estudió doce años antes de ordenarse sacerdote y trabaja en la comunidad de Ludueña, donde cada día los salesianos dan de comer, juegan al fútbol, educan y promueven la vida de cientos de niños y jóvenes a través de actividades de educación formal e informal.
"Cuando le dije a mi familia que me iba a hacer sacerdote, a mis viejos y a mi hermano les costó aceptarlo, pero ahora están contentos".
Y dice que su madre, una vez que se ordenó, le contó una historia que quizá sea determinante: cuando él nació, tuvo severos problemas respiratorios y entonces lo encomendó a Dios para que lo salvara.
Federico pide una gaseosa con mucho hielo: ha llegado en bicicleta bajo el sol impiadoso de la ciudad y tiene sed.
A sorbitos va contando su vida y bebiendo. Cuenta que quiso ser sacerdote para ayudar, especialmente a los chicos. Que trabajó en los conventillos de la Boca y en un barrio pobre de Isidro Casanova, y jura que en el barrio xeneize hay quien vive en condiciones inferiores que en la villa: "Viven hacinados en conventillos que tienen como techo tablas de madera. Y si el perro del vecino hace sus necesidades, les cae encima a los de abajo".
El hombre responde lo que le preguntan, hasta las frivolidades de las que esta cronista no se priva: "¿Creés en el celibato? ¿Te enamoraste?".
Sí, dice a la primera, piensa que el celibato es el estilo de la vida consagrada que eligió y con él quiere expresar que Dios existe y su amor puede llenar una vida, aunque recuerda que en otros tiempos la Iglesia tenía ministros casados y que se podría plantear la opción. "En el celibato uno entrega todo, inclusive la sexualidad y la paternidad biológica que se vive como servicio a los demás. Yo lo vivo con paz y me siento pleno", explica.
Y sí, se enamoró a lo largo de estos doce años de estudios, pero siempre terminó eligiendo la religión.
En cuanto a los casos de pedofilia, el Chingui dice que son situaciones muy dolorosas en todo ámbito social, y que esos casos siempre se deben denunciar para seguir protegiendo a los más débiles: ¡con los pibes no!
"Lo que a mí me abrió la cabeza después de que hice mi estudio en Córdoba sobre adicciones fue el trabajo en las villas, y los salesianos tratamos de aportar una presencia cercana y contenedora, sobre todo con los jóvenes que están en mayor riesgo", explica.
A este sacerdote que lleva una cruz con las palabras de Don Bosco grabadas y suspendida en su pecho por un hilo negro, el primer caso que lo conmovió fue la adicción del hermano de un amigo, en Tucumán. Y cree que si ese pibe hubiera tenido un amigo que lo ayudara, tal vez no habría caído.
—O no. Las adicciones son muy tremendas.
—Sí, seguro, es algo muy grave que destruye a las personas y sus familias (piensa, toma gaseosa). Yo creo que con los pibes lo primero que hay que hacer es compartir con ellos, charlar, acercarse, jugar al fútbol y generar lazos de confianza que los ayuden a dar el difícil paso de dejarse ayudar y querer salir, porque sólo ellos pueden, pero no pueden solos.
—¿Cómo son los pibes de Ludueña?
—En el barrio hay mucha vida y ganas de crecer. Son pibes que no tienen mala leche con nosotros. En cada uno de ellos hay bondad y aprendemos mucho de ellos, incluso de aquellos que están a la deriva... pero están en un ambiente de exclusión y violencia tal que muchas veces saca lo peor de cada uno. Mirá, algunos tienen a sus padres presos o no los tienen, y aunque están involucrados con ciertos consumos problemáticos y violencia, se esfuerzan por salir adelante. Pero crecen en una realidad muy fea todos los días: hace poco hubo un tiroteo en las vías muy cerca de donde nenes de cinco años jugaban. Y todo parece naturalizado. Hay mucha violencia doméstica, trabajo infantil, machismo, violaciones, droga y muerte. Pero también es cierto que la Iglesia por mucho tiempo estuvo lejos de las zonas pobres y, aunque comenzando con el compromiso del padre Edgardo Montaldo que estuvo cuarenta años entregando su vida y fue un pilar desde la promoción humana, y siguiendo con el trabajo de las comunidades, fueron los evangelistas quienes coparon la parada.
Y dice con su eterna sonrisa que cuando llegó a Ludueña escuchó un dicho que resume todo: "Vamos a lo de los curas a comer y los sábados al culto evangélico".
—¿Entonces?
—Entonces, tenemos que volver, sumar al trabajo de otros, y bancarnos la impotencia que nos producen estas realidades de consumo. Por eso siempre digo que hay que ser humilde y trabajar con los pibes.
—¿Hay desnutrición?
—Sí, siempre se dan casos, especialmente con bebés. Habría que ver las estadísticas pero se nota que hay chicos que tienen un nivel de deterioro mental por falta de alimentos en sus primeros años. Y a veces no llegamos a dar respuestas con los comedores porque éstas deben ser más profundas. Con todo eso, tozudamente te diría, tenemos esperanza y seguimos trabajando todos los días para evitar que haya personas en el barrio que no tengan acceso a un trabajo digno por portación de rostro.
El Chingui vive en comunidad a 15 cuadras de la villa, donde va todos los días en su bicicleta. Él no lo quiere contar, pero esta cronista sabe que hace poco, cuando llevaba leche a una adolescente primeriza y otros alimentos, uno de los chicos que conoce y que estaba totalmente drogado, le robó todo lo que llevaba, mientras un secuaz le apuntaba con un arma de fuego.
Los volvió a ver. A los dos. A los pocos días. Y como esa lógica tiene al silencio como cómplice, nadie dijo nada. Porque el Chingui sabía que el joven era víctima de su contexto
de exclusión, en un mundo de basura, de chapas calientes, de poco alimento, escasas oportunidades y mucha violencia.
¿Hizo la denuncia? Claro que no: piensa que eso no les solucionaría el problema a los pibes. Y dice que en general la sociedad piensa al sistema policial y carcelario como una cuestión de represión y de castigo, aunque la Constitución diga lo contrario. "El sistema no busca que la gente se rehabilite, sino que se pudra en la cárcel".
"Las instituciones policiales y carcelarias no son ajenas a esta forma de pensar generalizada y el primer enfoque en su tarea es represión y castigo. El sistema policial está armado como una cuestión de castigo y no de reeducación", asegura. Y según dice el Martín Fierro, «la Justicia es como el cuchillo, no lastima al que tiene el mango»".
—¿Es verdad que la policía los lastima?
—En el barrio hay mucha gente que denuncia eso en el boca a boca, el abuso en el uso de las fuerzas, algo de eso vi.
—Vos decías al principio que no consumen paco en Ludueña, pero que se drogan. ¿Con qué?
—Marihuana, cocaína (alita), pegamentos y muchas pastillas.
—¿Hay armas en el barrio?
—Sí, muchas y resulta fácil conseguirlas.
—¿La muerte está naturalizada?
—En Ludueña hay muchísima gente honrada y trabajadora que se horroriza ante las muertes y lucha para generar conciencia de cuidado de la vida. Pero también hay familias que perdieron a algún ser querido por la impunidad, la violencia, el gatillo fácil y las drogas; hay pibes que tienen en las espaldas la muerte de algún ser querido y, como no tienen acceso a la Justicia, quieren hacerla por cuenta propia; algunos pocos están tan jugados que naturalizan la muerte y no tienen códigos con nadie.
—¿Los políticos hacen algo?
—Mirá, la verdad es que antes (se refiere al gobierno nacional anterior) no se hacía nada y ahora se quiere reprimir. ¡Y eso no funciona! Todos tenemos que entender que son los pobres los que primero sufren la inseguridad, simplemente porque son víctimas constantes de robo, amenazas, y además de no tener seguridad son vistos ante la sociedad como peligrosos. El pobre no tiene dónde hacer la denuncia.
Chingui cuenta, sin embargo, que hay pequeños intentos de política de Estado como la articulación del obispado con el municipio y algunos acuerdos barriales en el distrito, pero se necesita una política macro donde "el pobre no sea descartable, donde no se lo manipule con bolsones para los votos y las marchas, donde pueda acceder a trabajos dignos y donde haya instituciones de contención profesionalizadas. Es un escándalo por ejemplo que la Dirección de la Niñez de Rosario no pueda tener mejores respuestas por falta de fondos".
—¿Por qué, si hay cocinas de paco, no se distribuye en forma masiva en Rosario?
—No lo sé, de verdad, pero creo que sería una masacre.
El Chingui se va en su bicicleta desde el centro hasta Ludueña bajo los hachazos del sol. Tiene una dura tarea por delante, pero no se achica.
La voz de los chicos
La realidad de las villas es el peor de los rostros de la pauperización social.
El salesiano lo sabe. Y sabe también que es mejor la voz de un niño que cuente sus problemas para ver si alguien, alguna vez, levanta el volumen de sus oídos.
Esta la escribió Lorena, alumna de cuarto año de la escuela secundaria Don Bosco de Ludueña, que en primera persona cuenta los dolores y dificultades, esperanzas y alegrías que se viven en lo cotidiano:
"Fuimos testigos de la pérdida de varios de nuestros pibes en los últimos tres años y hoy se ve en los rostros de muchos la falta de alimento, cada día se experimentan en nuestras calles la pobreza, la droga y la delincuencia".
(...) "Una vez, unos visitantes del barrio preguntaron ¿por qué eligen drogarse en lugar de comprarse algo para comer? Y los pibes contestaron que la droga te hace olvidar el hambre y la dura realidad en la que vivís, aunque sea por un momento. Estos pibes no tienen trabajo, y muchas veces no los contratan por no haber terminado la escuela, es por esto que son esclavos de sus realidades, esta secuencia se repite a diario, conduciéndolos a la total marginación de la sociedad, que encima mira para otro lado, como si no existieran".
"Los pibes del barrio también tienen sueños, todos tienen bondad en su corazón, aunque a veces se sientan atrapados por una realidad que los impulsa a tomar malas decisiones. Las familias luchan día a día por crecer en dignidad, llevando un plato de comida para sus hijos, haciendo changas, cirujeando".