El 17 de octubre de 1933 el embajador norteamericano en Berlín, William Dodd, fue recibido por Hitler en su despacho. El diplomático norteamericano tenía un tema central de interés para su primer encuentro con el líder alemán, quien llevaba poco menos de nueve meses en el poder como canciller del Reich.
El embajador Dodd fue a manifestarle su inquietud ante los repetidos ataques de las SA, tropas de asalto del partido nazi, a ciudadanos norteamericanos. Lo que venía ocurriendo era que en Alemania se había adoptado obligatoriamente el saludo fascista con la mano derecha levantada. Cuando las SA u otros grupos nacionalsocialistas se movilizaban y desfilaban por las calles golpeaban salvajemente a su paso a los civiles, alemanes o extranjeros, que no hacían el saludo nazi de “Heil Hitler”.
El propio Hitler le prometió en esa reunión al embajador de Estados Unidos que esos ataques serían castigados severamente (cosa que nunca ocurrió sino que hubo más agresiones similares) y que daría más difusión al decreto que eximía de ese saludo a los extranjeros.
Una vez satisfecho con la respuesta de Hitler, a quien por entonces no lo consideraba un peligro y hasta le tenía cierta simpatía, el embajador Dodd giró el tema de conversación hacia cuestiones más generales sobre la situación política de ese momento. Hitler fue tajante al negarle cualquier intención de Alemania de comenzar una guerra en Europa ante eventuales incidentes en sus fronteras con Polonia, Austria o Francia. Y fue aún más allá al asegurar que llamaría a una conferencia de paz internacional para resolver ese y otros asuntos, aunque, dijo: “No sé si podré contener al pueblo de alemán”, y así se le filtró su verdadero plan para el futuro.
Sin embargo, el representante del presidente Franklin D. Roosevelt en Berlín se fue contento tras los 45 minutos de charla con el “Führer”. Años más tarde el embajador Dodd y el resto del mundo se darían cuenta de que esas promesas de paz eran sólo un engaño para ganar tiempo y rearmar a Alemania para la guerra.
Estos y otros tantos documentos secretos, ahora desclasificados, sobre las relaciones diplomáticas norteamericanas con Hitler en los primeros años de la Alemania nazi, forman parte un impecable trabajo del escritor Erik Larson titulado “In the garden of beasts” (En el jardín de las bestias). Precisamente, el libro se titula de esa manera porque la embajada de Estados Unidos en Berlín estaba situada en 1933 en Tiergartenstrasse 27, sobre uno de los laterales del Tiertgarten (hoy un gran parque céntrico y antiguo coto de caza de animales salvajes de la aristocracia prusiana).
Acuerdo con Irán. Salvando las distancias y los tiempos históricos, el acuerdo argentino con Irán sobre la investigación del atentado a la Amia parece tener un mecanismo de engaño similar al que fue sometido la diplomacia norteamericana en la alemania nazi de 1933. Es absolutamente ingenuo y falaz sostener que la teocracia iraní avanzará en una investigación que pueda comprometerla. Su intención no parece otra que ganar tiempo, desviar el eje de atención sobre su desarrollo nuclear y entretener a Occidente con señales pacifistas y de buen comportamiento.
En el campo internacional Irán apoya al régimen criminal de Assad en Siria, arma a las milicias del Hezbolá en el Líbano y llama públicamente a la destrucción del Estado de Israel, en un hecho sin precedentes desde la creación de las Naciones Unidas. En el terreno doméstico hace ejecuciones por ahorcamiento en plazas con presencia de público, niños incluidos, y restringe los derechos de las mujeres y de algunas minorías como en épocas medievales.
Estas y otras políticas del gobierno presidido por el iraní Mahmud Ahmadineyad hacen nada creíble el acuerdo firmado con nuestro país para crear una comisión e indagar en Teherán a los imputados, con pedido de captura internacional, de haber tenido responsabilidad en el ataque a la Amia.
Esta sensación de banalidad perversa en el tratamiento de un tema relevante como un atentado criminal también la tiene, por ejemplo, el gobierno de Canadá. Su canciller, John Baird, dijo estar preocupado “por la imparcialidad de cualquier investigación en el atentado terrorista de 1994 en Buenos Aires que incluya a Irán, dado que hay pruebas creíbles que sugieren que ese país estuvo implicado”. Y agregó: “Irán apoya a organizaciones terroristas como Hezbolá y Hamas, instiga al genocidio del pueblo judío y ahora parece que se investigará a sí mismo”.
Historia repetida. Una misma estrategia de dilación y de marchas y contramarchas en torno de la Amia ha mantenido Irán respecto del control internacional sobre su desarrollo nuclear, que asegura no está orientado a crear armamento atómico. En Occidente pocos le creen aunque, hay que admitirlo, sí le creyeron al ex presidente Bush cuando atacó Irak para destruir su arsenal de armas de destrucción masiva, que nunca fue encontrado.
Ochenta años atrás Hitler anunciaba, incluso lo había escrito antes en un libro, cuál era su visión del mundo y el genocidio que se proponía llevar a cabo. Lo fue preparando de a poco para volver a dotar a Alemania de la fortaleza económica y militar necesarias para ejecutarlo. Ese plan diabólico incluyó una fuerte acción psicológica y diplomática para engañar a norteamericanos, ingleses y soviéticos, quienes no creyeron que un personaje casi payasesco fuese capaz de tanto. Incluso Stalin desoyó los informes de su servicio de inteligencia que le anunciaban, pese al tratado vigente de no agresión entre las URSS y Alemania, la inminencia de un ataque nazi. La equivocación y permisividad de todos fue fatal: seis años de guerra y millones de muertos.
Durante las últimas semanas del conflicto, Alemania, ya en ruinas, aún aguardaba la aparición mágica de un arma secreta que cambiaría el curso de la guerra. Nunca llegó, pero qué distinta hubiese sido la historia del siglo XX si Hitler hubiera contado con capacidad nuclear con la que dotar a sus misiles que desde Francia lanzaba sin pausa sobre ciudades inglesas.
Hoy, en el siglo XXI, Ahmadineyad promete borrar de la tierra a quienes considera sus enemigos y, paralelamente, tiene en desarrollo un programa de energía atómica. ¿Es descabellado pensar que si la obtiene no se tentará con profundizarlo para usos militares y cumplir su anunciado objetivo eliminacionista?
La historia no suele repetirse linealmente, pero esta vez muchos han aprendido la lección y se permiten dudar de las intenciones de un gobierno que se considera iluminado por Dios.
En este contexto, ¿resulta esperanzador para los familiares de las víctimas de la Amia y para el país que la Argentina haya firmado un acuerdo con Irán? Las conclusiones quedan a cargo del lector.