Los circos ya no son los de antes. Hasta sus payasos han ido trocando sus narices rojas y ropajes absurdos para lucir más refinados al igual que sus shows que solían apelar a la torpeza extrema haciendo un inocente ridículo que resultaba tan hilarante a los niños como simpático a los grandes. Ahora son mimos, con mejores atavíos que buscan comprarse al público haciéndolo partícipe de sus actos. No hay más leones rugientes, tigres rampantes ni osos que se paren en dos patas; y está bien que así sea.
Lo que nunca hubo en los circos de antes fue domadores que se dejaran abrazar por los osos, por muy dóciles, obedientes y mansos que parecieran. Fuera de los que los padres amorosos simulan con sus hijos, los abrazos de osos sólo han ocurrido, algunas veces, en la política. Al menos, en la política argentina. Si aún queda algún laborista; algún miembro del Partido Conservador; del MID o la Ucedé, quizás deberían testimoniar ese acto circense tan peligroso, del que ninguno de esos partidos saliera vivo.
Los socialistas siendo un puñadito como eran se las apañaron no sólo para adueñarse del gobierno de la otrora capital del peronismo sino para arrebatársela al radicalismo (posdefección usandizaguista), al que tienen rumiando impaciencia en la cola de espera para la Gobernación desde hace diez años y llegaron a encabezar —se dirá simbólicamente, y sí; pero entonces con expectativas de crecimiento que luego se esfumarían— la segunda fuerza electoral del país La fórmula del Frente Amplio Progresista (Hermes Binner-Norma Morandini) que en las primarias del 14 de agosto de 2011 había quedado cuarta treparía al segundo lugar en las generales del 25 de octubre de ese mismo año.
Nunca antes, ni en 1983 cuando el PSP fue con fórmula propia (Estévez Boero-Rossi (antiguo socialista del Chaco), estuvieron tan cerca. Lo interesante de este dato en el retorno democrático es otro. El comité nacional del socialismo había resuelto que la postura en el colegio electoral —que rigiera hasta la enmienda constitucional de 1994— de ese partido sería votar, a su vez, al más votado. Y ese terminaría siendo (en contra de todos los pronósticos del mundo político—partidario que casi siempre leyó mal a la sociedad) el radical Raúl Alfonsín. La decisión fue hecha pública por el entonces candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Constenla. Héctor Cavallero, quien era candidato a gobernador en Santa Fe (Garo a intendente de Rosario), puso el grito en el cielo, porque en una de esas el socialismo les podría dar a los radicales el voto necesario para ganar la elección nacional en detrimento del peronismo, que era el partido de los trabajadores. La síntesis de Cavallero fue que de ese modo el socialismo votaba en contra de los trabajadores.
Pasó que los trabajadores en 1983 le dieron el voto al radicalismo. En una versión socialdemócrata, que no era la de Balbín (a quien abrazó Perón, por otra parte, y éste despidiera como amigo), es verdad. Alfonsín le había ganado la interna a De la Rúa, de quien —cuentan y como no es inverosímil lo reproduzco pese a no poder probarlo— solía decir: "A la derecha de Fernando, solo queda la pared".
El karma de los socialistas, esto ya lo he escrito, es que nunca supieron dónde pararse ni cómo frente al peronismo. Pese a ser el segundo partido político más antiguo del país (1896), ya en 1958 comienza su sucesión de divisiones. En 1983, Estévez no quiso romper el partido y le hizo caso a Cavallero; cosa que años más tarde no haría Binner y cerraría la alianza con los radicales que lo convirtiera en el primer gobernador socialista de la historia del país. En 1983 también se rompió pero en provincia de Buenos Aires donde el grupo del socialismo properonista pretendió, sin conseguirlo, que como en el distrito no había colegio electoral Constenla bajara su candidatura y el socialismo llevara en su boleta al candidato peronista: Herminio Iglesias. El mismo que quemaría el cajón sellando desde lo simbólico el triunfo alfonsinista con ese hecho de violenta irreverencia que la sociedad (trabajadores incluidos) repudiaría en las urnas.
Cuando el actual presidente del Partido Socialista, Antonio Bonfatti, dice algo lo suficientemente ambiguo como para que se entienda que podrían sellar una alianza electoral provincial con el PJ o todo lo contrario. Y cuando el senador del peronismo, Armando Traferri, dice "estamos hablando" con el socialismo sin aclarar que los senadores peronistas vienen "hablando" desde el 2007 con el socialismo cuando le hicieron desistir a Binner de su idea de unicameralidad legislativa y a Bonfatti le aseguró el PJ la gobernabilidad desde 2011, teniendo minoría en ambas Cámaras. ¿Qué buscaron que se pudiera interpretar?
Al salir a pista con su numerito, Bonfatti —destinado a que tomaran nota los radicales que siguen a José Corral en su amorío con el PRO en Cambiemos y pensando presumiblemente en salar alguna de las heridas radicales que volverían a sangrar este sábado que pasó en la reunión que hicieron éstos en Villa Giardino— quizás no imaginó que el que venía era el show del oso: "Desde el punto de vista de la práctica es un tema de vista complicado. El justicialismo siempre ha sido frentista pero no furgón de cola. Es imposible pensar estas cosas de cara a este año electoral. Históricamente hemos hechos frentes, con diversos partidos, pero siempre conducimos, y esa es la idea. Esta es una discusión de mediano y largo plazo, la coyuntura hace que en tres meses haya que presentar listas electorales", le dijo a una radio de Santa Fe el presidente del PJ santafesino, Ricardo Olivera.
El abrazo de oso que ofreció Olivera lo rechazó elegantemente el líder del bloque socialista, Rubén Galassi: "No hay que imaginar automáticamente alianzas electorales o de superestructuras" y para que no queden dudas hacia dónde apuntaban las "sugerencias" afirmando que "seguramente (Corral), sea candidato o no lo sea, va a estar en el espacio de Cambiemos, y nosotros vamos a tratar de articular en la provincia una propuesta electoral que por el contrario, aúne las voluntades de quienes tenemos una mirada crítica y alternativa a la gestión nacional".
Desde Villa Giardino, donde los radicales hicieron catarsis por el relegado papel de clowns (en otro idioma parecería tener menor densidad esta palabra aunque diga lo mismo) que les asigna el PRO en el gobierno nacional. La cumbre en esa ciudad de Córdoba concluyó en que no quieren más ese papel de relleno entre acto y acto (muchos fallidos de los Ceos de gabinete), y se prometieron exigirle al macrismo un protagonismo gubernamental acorde con el desarrollo territorial que tiene la UCR, el partido más antiguo de la Argentina. Eso se verá pasado mañana, cuando el presidente inaugure en el Congreso el año parlamentario. Si en su discurso incluye los temas que el radicalismo aseguró el sábado pasado que le reclamará, quiere decir que Macri cedió. Tampoco está para hacerse el duro. Los magullones que el affaire del Correo Argentino le produjeron a su imagen presidencial no se han borrado con los cosmetológicos aplausos de Madrid. Están ahí, en las encuestas de popularidad.
Sin dudas pensando en ello y tal vez también en su propio terruño el presidente de la UCR, redobló, aunque generalizando: "En muchas provincias las personas más prestigiosas son radicales y nos parece que lo mejor es que ellas encabecen las listas".
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